El arte del birlibirloque

Marcos González

Pocas, por no decir ninguna, referencias existían hasta el momento de la obra de Ángeles Marcos-González, una periodista que un día decidió abandonar la profesión y sumergirse en las enseñanzas de las Bellas Artes. Sabia decisión, a tenor de lo expuesto en Sevilla (Mayo 1995), la primera parada de una trayectoria incipiente que se ha iniciado inspirada y argumentada en el arte de Cúchares.

Más de medio centenar de piezas, esculturas y pinturas, forman la puesta de largo expositiva de quien siente el arte como única forma de vida. Consciente de la dificultad que encierra salir a la palestra pública Marcos-González plantea en sus lienzos una singular y personalísima recreación del arte del birlibirloque, como definió la Fiesta Bergamín, cuyos símbolos y presencias, ausencias y sugerencias, llenan sus telas y esculturas.

Pero como bien explica, Tauromias, título que ha dado a esta colección de piezas, no es más que una visión plástica de los toros “a su manera”, una singular forma de entender el color, la tensión, la esencia que nace en un instante mágico, envuelto en color albero, rojo, sangre y negro. Un ritual de vida y muerte, de espacio y tiempo, detenido en las telas de Marcos-González a lo largo de más de una década de trabajo en busca de un lenguaje artístico propio.

Con una estructura organizativa rigurosa, los lienzos de Marcos-González son un claro entramado constructivo de formas y sugerencias llenas de color.

El rigor formal sería la característica que agrupa su obra. Rigor y elegancia, tanto en el tratamiento cromático como en la disposición de las formas: figuras intuidas y desdibujadas de una realidad que sólo existe en el interior de un argumento plástico lleno de grandes superficies de colores primarios y gestos picassianos, nacidos al aire y al salitre que respira el Mediterráneo, ya impreso en sus piezas en forma de óxido.

Cómo decía Malraux de Goya, Marcos-González sabe tanabién encauzar como ningún otro artista, contemporáneo en su caso, un diálogo abierto con el público, gracias a una obra sin pretensiones estéticas y discursivas, que transita con personalidad propia por un universo lleno de referencias sin ningún tipo de complejos.

Si se afirma que en la obra de Marcos-González existe la influencia de Paul Klee –por la simplicidad de sus formas-, de Miró –por su fuerte carácter mediterráneo-, de Picasso –por la síntesis que hace de la figura del toro, muy en la línea de suite Vollard del pintor malagueño-, de Arp –por los fragmentos monocromáticos dotados de un extraño movimiento-, se desvelan los nombres que con toda seguridad están impresos en el espíritu plástico de Marcos-González. Una simple mirada a sus esculturas hace renacer aquél viejo sillín de bicicleta colgado en las paredes de Villa California, una de las últimas residencias de Picasso, y del que Marcos-González parece haber extraído todo el espacio interior que posee la pieza picassiana.

Marcos-González ha desembarcado sus cuadros en Sevilla, quizás por ser cuna de toreros y fuente de arte. La tauromaquia no es más que el pretexto para afirmar, como Bergamín, que cada lenguaje se comunica a sí mismo, y Marcos-González se ha distanciado y ha observado su obra desde fuera, se ha enfrentado a piezas elaboradas hasta la extenuación a lo largo de su vida de trabajo. Su óxido es el descubrimiento; la forma, elemento central: el color, el espacio por el que circula la mirada de un toro desde el burladero, el castoreño de un picador, la suerte de varas, la de banderillas, un concepto, una ilusión estética que sirve a esta artista para entrar en el difícil mundo del arte. Bienvenida.

José Antonio Chacón, Crítico de arte de Diario 16.
Exposición “Tauromías” en Sala Winterthur. Sevilla. Mayo 1995.




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