Con hambre de absoluto

Marcos González

Para situar la pintura, tan exigente como profunda, de Marcos-González, hay que considerarla en esa dimensión espiritual que alienta en la obra de ciertos autores y que a modo de hilo conductor, a veces poco evidente, recorre el arte contemporáneo, como han venido registrando los propios artistas y ciertos pensadores. Así, Tapies cita a Kandinsky, Mondrian, Malevich, Klee, o Joan Miró, también a Pollock, Rothko, Beuys o Rainer, como ejemplo de artistas que han tenido siempre presente la dimensión espiritual.

La obra de Marcos-González presenta desde un punto de vista formal, una estructuración geométrica de los espacios con criterio ordenador de los mismos, una contención de la gama cromática, aunque la aparición de la estridencia es frecuente, y un énfasis en la materia –indispensable para asentar de modo tangible la espiritualidad- mediante un procedimiento de su invención: oxidar previamente la tela buscando la colaboración de la acción del tiempo y del azar, así como de la realidad exterior. Este lenguaje formal es vehículo de la expresión de un mundo interior lleno de tensiones y afectividad, que resuelve plásticamente un equilibrio entre contrarios y la voluntad de dominar el caos en un esfuerzo de superación posponiendo un cierto núcleo de resistencia a una vida carente de sentido.

Su homenaje a Goya, “El sueño de la razón”, una obra mayor, muy trabajada y rica en matices, seduce por insondable, porque, como el fuego o el mar, la vista nunca de cansa de contemplarla. La serie de monocromos en ocres y negro alcanza la máxima concreción y pureza: telas como “Guerrero de la noche”, “Guerrero galáctico” o “Mensajero de la luna”, en las que parece intentar siguiendo a Paul Klee, hacer visible lo invisible como viene a confirmar una tela titulada precisamente ·”La visibilidad de lo invisible”. Al acceder a la sala se tiene la impresión de penetrar en un ámbito extrañamente cargado de espiritualidad que inspira recogimiento e induce a la meditación. Algo que viene a probar una vez más que el arte no es una manera de escribir o de pintar, sino la expresión más íntima de la intensidad del ser.

Marcos-González elabora cada obra pausadamente, sopesando cada una de las opciones hasta conseguir aquella que satisface plenamente su exigencia, queriendo condensar en el mermado espacio de la tela, o en una forma escultórica, todo lo que trata de expresar y que es producto de la reflexión y del recogimiento. Por ello causa sorpresa que junto a obras que inducen a la meditación haya otras en las que predomina la ironía y el humor, como “El retablo de la creación” o l’objet trouvé “El buen exterminador”.

Dice Gloria Bosch –que ha organizado esta exposición con mucho acierto- que Marcos-González pasa meses en el taller a solas con su obra; tratando de resolver un tema, una idea, en la larga batalla “que cose lo más, circunstancial con el devenir necesario, provocando día a día el relato secreto que todos llevamos dentro”. Se diría que la espiritualidad es cualidad rara y escasa en la pintura actual. Sin embargo, hay quien asegura que existe tal “hambre de absoluto” que el siglo XXI habrá e ser el siglo, al fin, que consiga reconquistar la identidad que el hombre hoy parece haber perdido.

Contemplaciones de una vida interior sitúan la obra de Marcos-González en un plano de futuro.

MARIA LLUïSA BORRÀS, Crítica de arte de “La Vanguardia”.
Mayo 1996. Exposición en la sala de Caixa de Pensions de Girona.




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